Será porque en este país no hay cosas que arreglar... pero no, resulta que se van a destinar 85 millonazos a pagar a la gente afín. Genial, 85 millones para financiar los bolsillos de cuatro caraduras de siempre para que sigan haciendo las mismas películas de mierda.
Claro que Pilar Bardem y demás gentuzilla tienen que comer caliente, que tanta manifa abre el apetito y pasa factura, asi que a aprovechar antes de que vuelvan las vacas flacas.
A mamonear, todos a mamonear, que hay barra libre.
miércoles, 29 de agosto de 2007
sábado, 25 de agosto de 2007
Cosas que nos avergonzaron en los años 80
Leyendo este grandioso fotoblog que me han pasado, he recordado que aunque los 80 fueron unos años donde cualquier aberración comercial triunfaba si seguía la premisa de "cuanto más hortera, mejor" pese a que eso hiciera llorar a Mister T, hubo honrosas excepciones a la regla. Mullets, hombreras y calentadores fueron cosas espantosas que mucha gente no dudó en lucir en público, pero hubo algo igual de lamentable que logró pasar desapercibido, como una invasión silenciosa que consiguió hacerse un hueco en la iconografía genuinamente casposa de aquellos años: la pulsera Rayma.
Vendida en farmacias (sigh), se le atribuían mágicas y chamánicas propiedades curativas, y su prospecto no dudaba en afirmar, sin ningún rubor, cosas como estas:
Pasó el tiempo y aparentemente por lo que cuentan en otras webs, tras varios juicios se logró que semejante estafa no incluyese sus "virtudes" terapéuticas y le metieron el puño por el culo a los charlatanes que se forraban gracias a los incautos que compraban semejante mamarrachada. Sin embargo algunos apuntarán, con toda la razón, que aún hay gente hoy en día que no duda en soltar parrafadas con subnormalidades similares atribuidas a otros objetos "terapéuticos". Es una verdad universal: el tiempo pasa, pero los gilipollas permanecen.
Vendida en farmacias (sigh), se le atribuían mágicas y chamánicas propiedades curativas, y su prospecto no dudaba en afirmar, sin ningún rubor, cosas como estas:
Las células se comportan como diminutas "pilas" cuyo potencial eléctrico entre el interior y el exterior es del orden de 70 milivoltios en estado sano. Si las células enferman por infección, traumatismo, envejecimiento o cualquier otra causa pierden su energía, o sea se "descargan" como si de una pila se tratase. Tras un largo proceso de investigación, Grupo Rayma ha logrado combinar los conocimientos ancestrales de la medicina oriental, ying y yang, con la más avanzada tecnología sobre autoinducción.
Pasó el tiempo y aparentemente por lo que cuentan en otras webs, tras varios juicios se logró que semejante estafa no incluyese sus "virtudes" terapéuticas y le metieron el puño por el culo a los charlatanes que se forraban gracias a los incautos que compraban semejante mamarrachada. Sin embargo algunos apuntarán, con toda la razón, que aún hay gente hoy en día que no duda en soltar parrafadas con subnormalidades similares atribuidas a otros objetos "terapéuticos". Es una verdad universal: el tiempo pasa, pero los gilipollas permanecen.
viernes, 24 de agosto de 2007
Por una educación laica de verdad: la diferencia entre estudiar y aprender
Estoy cansado del adoctrinamiento en las aulas. Ojalá algún día lleguemos a ver que en los colegios se imparte una educación laica de verdad, lo cual quiere decir entre otras cosas que:
Por una educación laica completa y de verdad, en todos los frentes. Porque al colegio se va a estudiar -humanidades, ciencias, arte- y otras cosas se deben aprender fuera de él.
Hablando de este tema, existe por Internet un libro que se puede descargar libremente (por ejemplo aquí) de un tal Ricardo Moreno Castillo con el provocador nombre de Panfleto Antipedagógico. Recomiendo su lectura, aunque ahí se dicen cosas que chocan mucho con los tiempos que corren (en términos de pedagogía y corrección política), más que nada porque está repleto de honradez y de un sentido común revolucionario por lo cual es posible que a alguno se le atragante.
Aunque recomiendo todo el libro (es cortito y se lee en nada y menos), quiero resaltar un capítulo y un párrafo. El capítulo es "La falacia de la igualdad" y el párrafo forma parte de la introducción:
Lo dicho, ¡a las barricadas, por una enseñanza laica!
- No a la educación religiosa por decreto ley en las escuelas, impartida por la Iglesia. Las cuestiones de fe se quedan en casa de cada uno. Impartir religión en el colegio es indefendible.
- No más adoctrinamiento de Estado. No a asignaturas del tipo de la educación por la ciudadanía. El querer meter ideologías en las aulas es a la vez una frivolidad, una paja mental y una idea perversa hecha con muy mala intención.
- No más reinvención de la historia en las aulas nacionalistas. No a la utilización política de los alumnos, no a insuflar odio desde la pizarra. No más mentiras contadas en los colegios. No a la creación de futuras generaciones semianalfabetas, sesgadas, cojas, empapadas de mitomanía nacionalista.
Por una educación laica completa y de verdad, en todos los frentes. Porque al colegio se va a estudiar -humanidades, ciencias, arte- y otras cosas se deben aprender fuera de él.
Hablando de este tema, existe por Internet un libro que se puede descargar libremente (por ejemplo aquí) de un tal Ricardo Moreno Castillo con el provocador nombre de Panfleto Antipedagógico. Recomiendo su lectura, aunque ahí se dicen cosas que chocan mucho con los tiempos que corren (en términos de pedagogía y corrección política), más que nada porque está repleto de honradez y de un sentido común revolucionario por lo cual es posible que a alguno se le atragante.
Aunque recomiendo todo el libro (es cortito y se lee en nada y menos), quiero resaltar un capítulo y un párrafo. El capítulo es "La falacia de la igualdad" y el párrafo forma parte de la introducción:
También se dirige este panfleto a todos los preocupados por lo políticamente correcto, a los que piensan que defender una enseñanza rigurosa, exigente y disciplinada no es de izquierdas. Las cosas son exactamente al revés. Una enseñanza presuntamente lúdica, donde no se inculca el hábito de estudio, se convierte en un aparcamiento para pobres, donde están entretenidos hasta que les llegue la hora de convertirse en mano de obra barata. Para que la igualdad de oportunidades sea real, ha de haber una enseñanza en la que cada uno pueda demostrar su valía, su inteligencia y su capacidad de trabajo. Quien defienda lo contrario está hurtando a los muchachos de origen modesto la única oportunidad que tienen de estudiar en serio y de competir en parecidas condiciones con los que proceden de familias más favorecidas.
Lo dicho, ¡a las barricadas, por una enseñanza laica!
martes, 21 de agosto de 2007
Cardados y hombreras: back to the future
Impresionante vídeo, todo un must see. Casi han pasado veinte años desde entonces, pero no deja de sorprender... cuanta caspa, pero cómo mola xD
Actualización: otro vídeo, cortesía de Havoc.
jueves, 2 de agosto de 2007
Santiano
Santiano, una de las canciones más bonitas que se hayan escrito, por Hugues Aufray.
¡Nos vemos en la Siempre Verde!
C'est un fameux trois-mâts fin comme un oiseau.
Hisse et ho, Santiano!
Dix huit nœuds, quatre cent tonneaux:
Je suis fier d'y être matelot.
Tiens bon la vague tiens bon le vent.
Hisse et ho, Santiano!
Si Dieu veut toujours droit devant,
Nous irons jusqu'à San Francisco.
Je pars pour de longs mois en laissant Margot.
Hisse et ho, Santiano!
D'y penser j'avais le cœur gros
En doublant les feux de Saint-Malo.
Tiens bon la vague tiens bon le vent.
Hisse et ho, Santiano!
Si Dieu veut toujours droit devant,
Nous irons jusqu'à San Francisco.
On prétend que là-bas l'argent coule à flots.
Hisse et ho, Santiano!
On trouve l'or au fond des ruisseaux.
J'en ramènerai plusieurs lingots.
Tiens bon la vague tiens bon le vent.
Hisse et ho, Santiano!
Si Dieu veut toujours droit devant,
Nous irons jusqu'à San Francisco.
Un jour, je reviendrai chargé de cadeaux.
Hisse et ho, Santiano!
Au pays, j'irai voir Margot.
A son doigt, je passerai l'anneau.
Tiens bon la vague tiens bon le vent.
Tiens bon le cap tiens bon le flot.
Hisse et ho, Santiano!
Sur la mer qui fait le gros dos,
Nous irons jusqu'à San Francisco.
¡Nos vemos en la Siempre Verde!
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miércoles, 1 de agosto de 2007
Terroríficamente divertido (III): El baile de los vampiros
La tercera película de esta simpática saga se desmarca completamente de las otras dos. No a la sangre, no a las vísceras, nada de monstruos, mutantes y no-muertos. Bueno, no-muertos sí, pero no de esos que van chorreando babas y pústulas. Los no-muertos de hoy son elegantes, vividores, gustan de la buena comida y bebida, visten lujosos y caros trajes de época, se asean y huelen bien. Son, claro está, los vampiros, los malos con más clase de la historia del cine, exceptuando a Darth Vader y Lina Morgan. Al turrón.
Cuando en 1967 a Roman Polanski se le presentó la oportunidad de dar el salto a Hollywood para rodar su primera película en color, nadie se imaginaba que iba a ser capaz de tomar el género ya tan manido en la época de las películas de vampiros, y hacer con ello una de las mejores comedias de la década. Atrás quedaban los Nosferatus, los Christopher Lee y Bela Lugosi, ya que por obra y gracia de Polanski, los vampiros ya no eran tema de miedo y muerte. Ahora uno se podía echar unas risas a costa de estos condenados a llevar traje y peluca rancia durante toda la eternidad.
El Baile de los Vampiros (The Fearless Vampire Killers, Pardon Me But Your Teeth Are In My Neck) es una película genuinamente sesentera desde el principio hasta el fin, de esas que tanto me gustan. Se nota en detalles como los créditos iniciales hechos con unos lúgubres dibujos animados, llenos de letras sangrantes con bastante toque kitsch dando lugar a una bizarra mezcla entre Monty Python y Tim Burton. Se nota en esos colores tan peculiares del cine de la época, cuando el Technicolor iba dejando paso al Eastman color y otras técnicas más elaboradas, y que le da ese aspecto tan característico a las películas de los años 60 y 70. Se nota en ese sonido un tanto ajado... ¿no habéis notado nunca que en esos filmes el sonido está como acolchado, con un matiz blando y mullido, como si los actores hablasen detrás de una cortina? Hablando de sonido, hasta la banda sonora -basada en coros y una siniestra música barroca- se podría decir que es sesentera. Otro rasgo distintivo son esos diálogos pausados, con tantos silencios como palabras, muy lejos de las películas rodadas en clave de videoclip de ahora donde cada segundo importa y es dinero que hay que rentabilizar.
La película se sitúa durante el crudo invierno en algún lugar de la Transilvania profunda. El torpe profesor Abronsius y su introvertido aprendiz Alfred (interpretado por el propio Roman Polanski) llegan cuasi congelados a un pueblo tras haber escuchado rumores acerca de actividad vampírica por los alrededores. Esta peculiar pareja cazavampiros se aloja en la posada del pueblo.
Una vez allí, pronto pueden confirmar que sus sospechas son algo más que meros rumores. La gente del pueblo, huidiza y huraña en cuanto se trata de hablar de vampiros, acaba confesando que sienten terror por el conde que habita en el castillo -¡qué tópico! ¡me encanta!- perdido en la montaña transilvana.
En la posada se produce el encuentro entre Alfred y Sarah, la hija del posadero. Como anécdota, decir que Sarah es interpretada por Sharon Tate, mujer con la que se acabaría casando Polanski dos años después a raíz del rodaje de esta película. Pero el detalle realmente macabro es que Sharon Tate fue brutalmente asesinada el mismo año de su boda por el asesino en serie Charles Manson, hecho que dejaría a Polanski traumatizado.
El caso es que el posadero teme por su bella -bellísima, subrayo- hija ya que el conde Von Krolock la está rondando desde hace tiempo. Por ello se comporta de forma enfermiza y llena cada esquina del lugar con crucifijos y ajos. Sin embargo toda prudencia es poca, y el conde -todo un señor vampiro- entra en la casa y tras morder a Sarah se la lleva a su castillo. Preso de la desesperación, su padre el señor Shagal parte tras el conde con la vana esperanza de arrancarla de sus colmillos. Todo en vano, puesto que amanece congelado -y mordido hasta dejarle seco- en las cercanías del pueblo.
Los dos aspirantes a cazadores de vampiro ven por fin la posibilidad de estudiar en vivo las costumbres de estos seres que tanto les atraen y se dirigen al castillo del conde Von Krolock. Aunque intentan pasar desapercibidos, la innata torpeza del profesor Abronsius y su aprendiz hace que sean sorprendidos por el mayordomo Koukol, el jorobado (¡más tópicos, genial!) que trabaja al servicio del conde.
El conde les acoge cordialmente y les presta alojamiento en su castillo, toda una fortaleza gótica que hubiera hecho feliz a Tim Burton, a Marilyn Manson y a Lily. El conde, que como todo buen aristócrata es, además de un bon vivant, una persona bastante culta e interesada en diversos aspectos tanto de letras como de ciencias, parece estar muy interesado cuando sus nuevos invitados dicen haber llegado al país para estudiar las costumbres de los murciélagos. Tras una larga charla con sus huéspedes, el conde dice tener que retirarse al llegar el alba, lo cual deja el camino libre a Abronsius y Alfred para sus investigaciones.
Aparte de al propio conde Von Krolock y su sirviente Koukol, los invitados también tienen el placer de conocer a Herbert Von Krolock, el hijo del conde, que además de vampiro, es homosexual. Lo cual prueba que Anne Rice no inventó el concepto del vampirillo mariquita vestido de época en plan super mega elegante a la par que amanerado, concepto del que tanto partido ha sabido sacar en sus novelas. Así que ya sabes, Lestat, piérdete.
Aprovechando que llega el día, los dos avezados cazadores planean descubrir la cripta donde reposan los vampiros, para acabar con ellos a estacazo limpio y rescatar a Sarah. Pero su inmensa torpeza les lleva a fracasar en la misión y tras casi perecer congelados, se retiran a sus aposentos a la espera de una mejor ocasión.
Pronto los acontecimientos se precipitan. Alfred se topa con Herbert, que tras flirtear con él -impagable la escena con el vampiro leyéndole fragmentos de un libro sobre el amor a un intimidado Alfred- intenta darle un muerdo en el cuello, no se sabe con qué intenciones. En su huida por las dependencias del castillo junto con el profesor, va cayendo la noche y horrorizados, ven cómo las tumbas del cementerio del castillo ocultaban a más vampiros que van despertándose con la puesta del sol. Abronsius y Alfred comprenden demasiado tarde que el conde y su hijo se pasan el invierno haciendo algo más que jugar al parchís...
Abronsius y Alfred son descubiertos por el conde, que les invita amablemente al baile que se celebrará esa misma noche. Ambos saben que su destino está sellado. Pese a todo, se presentan en el baile disfrazados con trajes de época, donde encuentran a Sarah... Atrapados en un castillo perdido en medio de la nada, en una sala atestada de vampiros sedientos de sangre, Abronsius, Alfred y Sarah lo tienen muy, muy crudo...
Esta película, pese a ser maltratada por la crítica en su momento, ha ido ganando reconocimiento con el tiempo. Es de esa categoría de películas que suele pasar desapercibida, pero que uno empieza a verla y se lleva una gran sorpresa, por muchos factores, entre ellos su atmósfera barroca y lúgubre mezclada con gotas de humor absurdo y de parodia del género, rodada con muy buen gusto. Una pequeña joya del cine sesentero que no defraudará a los que sepan disfrutar este tipo de producciones. Pues eso, a pasarlo bien, y a taparse el cuello, que nunca se sabe.
Cuando en 1967 a Roman Polanski se le presentó la oportunidad de dar el salto a Hollywood para rodar su primera película en color, nadie se imaginaba que iba a ser capaz de tomar el género ya tan manido en la época de las películas de vampiros, y hacer con ello una de las mejores comedias de la década. Atrás quedaban los Nosferatus, los Christopher Lee y Bela Lugosi, ya que por obra y gracia de Polanski, los vampiros ya no eran tema de miedo y muerte. Ahora uno se podía echar unas risas a costa de estos condenados a llevar traje y peluca rancia durante toda la eternidad.
El Baile de los Vampiros (The Fearless Vampire Killers, Pardon Me But Your Teeth Are In My Neck) es una película genuinamente sesentera desde el principio hasta el fin, de esas que tanto me gustan. Se nota en detalles como los créditos iniciales hechos con unos lúgubres dibujos animados, llenos de letras sangrantes con bastante toque kitsch dando lugar a una bizarra mezcla entre Monty Python y Tim Burton. Se nota en esos colores tan peculiares del cine de la época, cuando el Technicolor iba dejando paso al Eastman color y otras técnicas más elaboradas, y que le da ese aspecto tan característico a las películas de los años 60 y 70. Se nota en ese sonido un tanto ajado... ¿no habéis notado nunca que en esos filmes el sonido está como acolchado, con un matiz blando y mullido, como si los actores hablasen detrás de una cortina? Hablando de sonido, hasta la banda sonora -basada en coros y una siniestra música barroca- se podría decir que es sesentera. Otro rasgo distintivo son esos diálogos pausados, con tantos silencios como palabras, muy lejos de las películas rodadas en clave de videoclip de ahora donde cada segundo importa y es dinero que hay que rentabilizar.
¿Han visto últimamente a algún vampiro por aquí?
La película se sitúa durante el crudo invierno en algún lugar de la Transilvania profunda. El torpe profesor Abronsius y su introvertido aprendiz Alfred (interpretado por el propio Roman Polanski) llegan cuasi congelados a un pueblo tras haber escuchado rumores acerca de actividad vampírica por los alrededores. Esta peculiar pareja cazavampiros se aloja en la posada del pueblo.
Esta visión acojonaría a cualquier vampiro.
Una vez allí, pronto pueden confirmar que sus sospechas son algo más que meros rumores. La gente del pueblo, huidiza y huraña en cuanto se trata de hablar de vampiros, acaba confesando que sienten terror por el conde que habita en el castillo -¡qué tópico! ¡me encanta!- perdido en la montaña transilvana.
En la posada se produce el encuentro entre Alfred y Sarah, la hija del posadero. Como anécdota, decir que Sarah es interpretada por Sharon Tate, mujer con la que se acabaría casando Polanski dos años después a raíz del rodaje de esta película. Pero el detalle realmente macabro es que Sharon Tate fue brutalmente asesinada el mismo año de su boda por el asesino en serie Charles Manson, hecho que dejaría a Polanski traumatizado.
La Sharon Tate está como para darle un buen mordisco. O dos.
Definitivamente, que sean dos.
El caso es que el posadero teme por su bella -bellísima, subrayo- hija ya que el conde Von Krolock la está rondando desde hace tiempo. Por ello se comporta de forma enfermiza y llena cada esquina del lugar con crucifijos y ajos. Sin embargo toda prudencia es poca, y el conde -todo un señor vampiro- entra en la casa y tras morder a Sarah se la lleva a su castillo. Preso de la desesperación, su padre el señor Shagal parte tras el conde con la vana esperanza de arrancarla de sus colmillos. Todo en vano, puesto que amanece congelado -y mordido hasta dejarle seco- en las cercanías del pueblo.
El conde Von Krolock no es tonto y sabe lo que se hace.
Una mala noche de juerga se cura con un alka-seltzer.
Los dos aspirantes a cazadores de vampiro ven por fin la posibilidad de estudiar en vivo las costumbres de estos seres que tanto les atraen y se dirigen al castillo del conde Von Krolock. Aunque intentan pasar desapercibidos, la innata torpeza del profesor Abronsius y su aprendiz hace que sean sorprendidos por el mayordomo Koukol, el jorobado (¡más tópicos, genial!) que trabaja al servicio del conde.
¡Fiesta de pijamas en el castillo de draco!
El conde les acoge cordialmente y les presta alojamiento en su castillo, toda una fortaleza gótica que hubiera hecho feliz a Tim Burton, a Marilyn Manson y a Lily. El conde, que como todo buen aristócrata es, además de un bon vivant, una persona bastante culta e interesada en diversos aspectos tanto de letras como de ciencias, parece estar muy interesado cuando sus nuevos invitados dicen haber llegado al país para estudiar las costumbres de los murciélagos. Tras una larga charla con sus huéspedes, el conde dice tener que retirarse al llegar el alba, lo cual deja el camino libre a Abronsius y Alfred para sus investigaciones.
Herbert, un auténtico gentlemen, sería la envidia de Lestat.
Aparte de al propio conde Von Krolock y su sirviente Koukol, los invitados también tienen el placer de conocer a Herbert Von Krolock, el hijo del conde, que además de vampiro, es homosexual. Lo cual prueba que Anne Rice no inventó el concepto del vampirillo mariquita vestido de época en plan super mega elegante a la par que amanerado, concepto del que tanto partido ha sabido sacar en sus novelas. Así que ya sabes, Lestat, piérdete.
Ojo al espejo.
Aprovechando que llega el día, los dos avezados cazadores planean descubrir la cripta donde reposan los vampiros, para acabar con ellos a estacazo limpio y rescatar a Sarah. Pero su inmensa torpeza les lleva a fracasar en la misión y tras casi perecer congelados, se retiran a sus aposentos a la espera de una mejor ocasión.
Pronto los acontecimientos se precipitan. Alfred se topa con Herbert, que tras flirtear con él -impagable la escena con el vampiro leyéndole fragmentos de un libro sobre el amor a un intimidado Alfred- intenta darle un muerdo en el cuello, no se sabe con qué intenciones. En su huida por las dependencias del castillo junto con el profesor, va cayendo la noche y horrorizados, ven cómo las tumbas del cementerio del castillo ocultaban a más vampiros que van despertándose con la puesta del sol. Abronsius y Alfred comprenden demasiado tarde que el conde y su hijo se pasan el invierno haciendo algo más que jugar al parchís...
Y un-dos-tres, y un-dos-tres, vuelta, saludo y mordisco en el cuello. Atención al zombi de la derecha.
Abronsius y Alfred son descubiertos por el conde, que les invita amablemente al baile que se celebrará esa misma noche. Ambos saben que su destino está sellado. Pese a todo, se presentan en el baile disfrazados con trajes de época, donde encuentran a Sarah... Atrapados en un castillo perdido en medio de la nada, en una sala atestada de vampiros sedientos de sangre, Abronsius, Alfred y Sarah lo tienen muy, muy crudo...
De nuevo los espejos, ¿para qué tantos?
Esta película, pese a ser maltratada por la crítica en su momento, ha ido ganando reconocimiento con el tiempo. Es de esa categoría de películas que suele pasar desapercibida, pero que uno empieza a verla y se lleva una gran sorpresa, por muchos factores, entre ellos su atmósfera barroca y lúgubre mezclada con gotas de humor absurdo y de parodia del género, rodada con muy buen gusto. Una pequeña joya del cine sesentero que no defraudará a los que sepan disfrutar este tipo de producciones. Pues eso, a pasarlo bien, y a taparse el cuello, que nunca se sabe.
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