lunes, 24 de diciembre de 2012

Desde la jungla tropical hasta el mar de Andamán

Mucho tiempo llevaba ya con el blog abandonado, y ahora con los últimos días del 2012 he pensado que no hay mejor forma para retomar este diario digital y a la vez despedir el año que recordar el que fue un viaje inolvidable.

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Khao San Road, cosmopolita e internacional en Bangkok.

Empezar un viaje así por Bangkok es enfrentarse a la marabunta de una megalópolis de asfalto, gente, millones de tiendas y sobre todo puestos callejeros. La oportunidad del negocio aquí no se desaprovecha y todo se vende, todo tiene un precio, todo se puede regatear. Ropa, gadgets, comida, productos desconocidos. Sus habitantes te saludan con una educación exquisita y siempre con la sonrisa en la cara.

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Muestra de todo tipo de productos en un supermercado local.

La comida asiática es lo que uno se espera: variedad de pasta y arroces. Claro que son los matices los que te pillan por sorpresa. Olores y sabores invaden la calle. Algunos olores no están hechos para el gusto occidental. Fuertes, picantes y en ocasiones acres, desde el principio toman tus sentidos en cuanto te pierdes por el bullicio de los infinitos mercados callejeros que están literalmente por todo el país.

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Detalle de pasadizo en Wat Pho.

Los templos o wats se cuentan por millares. Por todas partes te encuentras desde un modesto y pequeño wat de barrio hasta templos que ocupan grandes extensiones. Todos más o menos con la misma distribución; un cuerpo central con la arquitectura tan característica de los tejados, otros edificios menores dentro del mismo recinto, y casi siempre los chedis, agujas blancas, doradas, de piedra o ladrillo que son visibles desde lejos.

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Buda reclinado de Wat Pho.

Los budas que adornan el interior de los templos también son de todos los tamaños y materiales. De jade, de bronce o de escayola según el tamaño, los puede llegar a haber enormes, como Wat Pho, junto al río Chao Phraya.

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Tejado y guardianes imperiales en el Gran Palacio.

El Gran Palacio Real es una de las joyas de la ciudad. Un recinto enorme repleto de wats, chedis y varias construcciones incluyendo el Palacio Real, todo para honrar a Buda. Los guardas a la entrada recuerdan al visitante que debe ir con los hombros cubiertos y pantalón largo. Mejor llevar pantalones propios pese al calor húmedo y asfixiante o de lo contrario se verá amablemente obligado a alquilar uno que habrá sido usado previamente unos mil o dos mil turistas.

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Wat Phra Kaew y su pagoda dorada, en el Gran Palacio.

Dentro del recinto del Gran Palacio se encuentra Wat Phra Kaew, con su característica pagoda dorada que domina al resto de los edificios sagrados de su alrededor. Dicho templo alberga el Buda Esmeralda, el icono religioso más importante y respetado del país. Al parecer fue creado en la India y siguió un largo trayecto, incluyendo Sri Lanka, Camboya y Laos antes de llegar a su situación actual y definitiva.

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Detalle de arquitectura en un templo del recinto del Gran Palacio.

Esculturas de dragones, guerreros guardianes dorados, pasillos de piedra y campanas que suenan lacónicamente acompañan al turista en su visita a la multitud de templos del recinto mientras los monjes budistas hacen su día a día como si no estuvieran rodeados de cientos de cámaras y flashes. Eso sí, siempre guardando un respetuoso silencio. Si te sientas en el suelo de un wat a contemplar su interior, por favor siempre con los pies alejados de Buda. Uno nunca debe apuntar con sus pies a Buda. Y la cabeza siempre ha de estar por debajo de la de Buda, por muy bajo que él esté.

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Templo en Gran Palacio.

Además a los templos hay que entrar descalzo, por lo que es recomendable llevar siempre calcetines. Si no se tienen, en algunos casos y solo en los templos más importantes, te dejarán sandalias con las que poder entrar. De todas formas no hay temor de que te roben el calzado que has de dejar a la entrada del templo. Allí la gente es escrupulosamente honrada y respetuosa. Un país y una población ejemplar de la que deberíamos tomar ejemplo aquí. Jamás te faltarán al respeto ni tomarán algo que no es suyo.

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Campanas de bronce que adornan los templos.

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Especias a granel en el mercadillo perdido de China Town.

Si uno se siente aventurero, y eso es muy recomendable en esta ciudad, puede animarse a perderse en China Town, recorriendo sus mercados en callejones angostos cuyo aspecto inicial no invita nada a entrar en ellos. Escenarios oscuros que parecen sacados de películas de serie B disuaden al turista delicado, pero si uno se atreve a entrar se encontrará en un lugar que las guías no suelen marcar en sus recorridos de más glamour, desde luego, pero sí se encontrará en un lugar totalmente genuino donde los nativos hacen sus compras diarias a precio de saldo. No esperéis un sitio idílico y limpio. Al contrario, veréis un mercadillo de contrastes, cosas desconocidas que no querréis saber de qué se trata, toda la gama posible de colores y formas, y olores agresivos para nuestra nariz occidental.

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Algo que jamás comerás, en el mercadillo de China Town.

Tiendas de artesanía, especias chinas en decenas de sacos etiquetados en riguroso mandarín, patos y carnes colgados de ganchos, peces frescos o en salazón, cosas viscosas flotando en barreños, entrañas de pescado conservadas en hielo, chucherías dulces y saladas, comida de todo tipo preparada para llevar. El espectáculo es sorprendente y a la vez hipnótico. Un sitio que uno no puede dejar de visitar. Muy recomendable probar en los puestos de comida las brochetas. Al menos sabes que están cocinadas a la plancha, y con salsas muy ricas.

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Un tuk-tuk, en China Town. Una buena forma de moverse en distancias cortas.

Antes comentaba que es un país seguro y honrado. Eso no quiere decir que no exista el timo y la caza del turista, generalmente adinerado. Los taxis y los tuk-tuk son un medio de transporte indispensable en el caos de la ciudad pero hay que tener cuidado y pactar previamente itinerarios y precios. Incluso así es posible que te dejen tirado a medio camino porque simplemente no les interesa perder el tiempo contigo. Hay que tener especialmente cuidado con los tuk-tuks porque son el medio de transporte más caro y sus conductores son huesos duros de roer en el arte del regateo. Aun así uno no puede abandonar la ciudad sin vivir la experiencia de ir en estos motocarros abiertos en medio del tráfico caótico culebreando entre miles de coches, motos y otros tuk-tuks en medio de una muy poco sana humareda de motores. La polución aquí es tal que lo habitual es ver a conductores y peatones con una mascarilla cubriendo la boca y la nariz. Una recomendación: no saquéis ni piernas ni brazos más allá del propio tuk-tuk, por si acaso.

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La torre principal de Wat Arun divisada desde el río Chao Phraya.

A la otra orilla del río Chao Phraya, y tras atravesar el mercado de los amuletos con más puestos de comida, ropa y artesanía variada, está el templo Wat Arun. Un lugar magnífico que te sume en el silencio según atraviesas sus muros y pese a estar en medio del bullicioso Bangkok.

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Templo en el recinto de Wat Arun.

Con su torre principal de estilo Khmer que se eleva hasta los 86 metros, uno desde allí puede divisar toda la ciudad, incluyendo el Gran Palacio y el denso tráfico fluvial de barcazas con mercancías y otras embarcaciones más modestas para los lugareños o para turistas.

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Detalle de la base de la torre de Wat Arun.

Al igual que en otras ocasiones, el recinto es enorme y alberga varios edificios consagrados a la oración y al budismo. Jardines coquetamente arreglados, numerosas esculturas de guerreros y budas, pasillos laberínticos, el lugar es un oasis de paz en medio del ruido y de los humos. Un sitio perfecto para visitar y tomarse un descanso de una ciudad y un clima que agotan al viajero.

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Barcas en el río Chao Phraya.

En este templo se acogió temporalmente el Buda Esmeralda hasta que terminando el siglo XVIII fue trasladado a su situación actual, Wat Phra Kaew.

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Vistas a todo el recinto de Wat Arun desde su torre principal.

Por supuesto vale la pena subir a la torre principal pese a su altura, su inclinación de vértigo, y sus numerosos y diminutos escalones donde apenas cabe el pie, que te llevarán hasta la segunda terraza de la torre, el lugar más alto accesible y cuyas vistas son un premio bien merecido.

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Ornamento de ofrenda en un templo.

Los templos están repletos de pequeños detalles que captan la atención del viajero. Campanas de bronce, jardines con nenúfares y flores, y pequeños altares familiares salpican aquí y allá estos lugares. Las ofrendas a Buda son diversas y sorprendentes. Es muy habitual encontrarse al pie de las estatuas con cestas surtidas con todo tipo de productos: cepillos de dientes, dentífricos, geles de baño y de higiene personal en general, comida, bebida... Cualquier cosa que a uno se le ocurra forma parte de esos regalos, supongo que para uso y disfrute de Buda más allá de la vida terrenal. ¿Alguien se imagina aquí una Virgen y al pie una cesta con un champú y un gel de baño?

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Monje en Wat Arun.

Mientras tanto, los monjes están sumidos en sus quehaceres diarios sin importarles el trajín de turistas que les rodean.

La educación de los monjes empieza desde bien jóvenes. En los templos más grandes no es raro que haya una pequeña escuela donde además de la educación habitual, los pequeños elegidos por sus familias se instruyen en la devoción y oración a Buda desde una edad muy temprana. En su tiempo libre se les ve deambular por el templo vestidos únicamente con su toga naranja, chavales de todas las edades desde los cinco años hasta adolescentes hechos y derechos. Es curioso también como la casta budista goza de grandes privilegios en el país ya que tienen derecho a servicios gratis como por ejemplo el transporte público, y gozan de precios especiales cuando por ejemplo toman un tuk-tuk. También tienen puertas de embarque especiales para ellos en los aeropuertos.

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Altar familiar en Wat Arun.

A dos horas largas de tren de Bangkok se encuentra la ciudad de Ayutthaya. El tren no es nada parecido a lo que estamos acostumbrados. Vagones destartalados, bancos de madera por asientos, ventiladores en el techo como único consuelo ante el calor húmedo, vendedores ambulantes recorriendo arriba y abajo el convoy, letrinas sin puerta que dejan circular todos los olores al aire libre...

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Compañero de viaje en tren de película de serie B hacia Ayutthaya.

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Wat Phra Si Sanphet y sus tres chedis.

Una vez en Ayutthaya lo mejor que uno puede hacer es alquilar una bici o una moto y recorrer los templos de la mítica ciudad imperial, fundada en 1350 y capital del reino de Siam.

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Wat Phra Mahathat.

La cantidad de templos es asombrosa, dada las dimensiones de la ciudad. Prácticamente uno no para de divisar pagoda tras pagoda, mientras que la zona residencial se mantiene a las afueras de la ciudad, marcadas por los ríos que la rodean, ya que confluyen el Lopburi, el Pa Sak y el Chao Phraya en este último que toma dirección sur hacia Bangkok y el Golfo de Tailandia.

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Budas decapitados en Wat Phra Mahathat.

Uno de los templos derruidos, el Wat Phra Mahathat, es particularmente curioso ya que todas las estatuas de Buda están decapitadas, se dice que por los birmanos cuando invadieron la ciudad. Incluso alguna que rodó por el suelo ha sido rodeada por las raíces de los árboles, y es venerada. La gente del templo ha dispuesto de un guarda a tiempo completo para que vigile la cabeza del Buda y que se guarde el preceptivo respeto para con él, incluyendo el nunca apuntarle con los pies y no estar situado por encima de su nivel. Lo cual dicho sea de paso es muy complicado ya que la cabeza apenas levanta unos centímetros del suelo.

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Cabeza en el árbol, en Wat Phra Mahathat.

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Orando -los pies apuntando hacia atrás- en Wihan Phra Mongkhon Bophit.

Más allá de los templos, Ayutthaya ofrece al viajero otras cosas como las granjas de elefantes. El elefante es un animal que se encuentra en el país allá donde hay jungla. Es decir, casi en todas partes salvo en Bangkok y zonas de la costa. En Ayutthaya es normal cruzarse con varios de estos animales mientras recorres sus carreteras. Eso sí, siempre guiados por su correspondiente mahout.

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Domador de elefantes en Ayutthaya.

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Buda reclinado -y vestido- de Wat Lokayasutharam.

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Recodo del río Pa Sak, al este de la ciudad.

Decenas de templos y pagodas, budas de piedra enormes convenientemente vestidos y honrados con ofrendas de todo tipo, y unas vistas espectaculares sobre el río, Ayutthaya es una ciudad que uno no debe perderse.

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Estudiante vuelve del colegio a su casa en barca atravesando el Pa Sak. Remanso de paz.

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Vendedora a la entrada de Wihan Phra Mongkhon Bophit.

Otra vez de vuelta al aeropuerto de Bangkok para esta vez ir a la frontera norte del país y visitar Chiang Mai. Por cierto, el aeropuerto Suvarnabhumi es una joya de la arquitectura moderna y de dimensiones enormes. No en vano es un distribuidor principal de vuelos entre Occidente, Oriente Medio, Asia y Oceanía ya que allí confluyen vuelos desde Europa, los Emiratos Árabes, China, Hong Kong, Japón, Australia, Indonesia, Taiwán y Corea, entre otros sitios. Eso sí, combinando modernidad con tradición. Como muestra, uno de los numerosos guerreros Siam que llenan el vestíbulo principal.

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Guerrero Siam en el aeropuerto de Bangkok.

Ya en Chiang Mai se puede disfrutar de un plato de repostería típica del país: el rotee. Una especie de crêpe hecha a base de algún tipo de harina, aceite, huevo y lo que uno le quiera añadir. Hecho en el momento, está delicioso.

En Tailandia te puedes encontrar puestos de comida para llevar de cualquier cosa. A destacar un puesto donde hacían al momento helado a gusto del consumidor con una placa de frío a -30ºC donde se esparce una base de yogur y se condimenta con varios ingredientes machacados como galletas Oreo, M&M's, etc.

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Preparando un rotee en Chiang Mai.

Otra de las cosas que puedes encontrar por todo el país, son los masajes. Masaje tailandés, de pies, de manos, brazos, piernas. Incluso es muy habitual ver el fish-spa, donde centenares de pececitos te devoran las pieles muertas. Una sensación al principio agobiante pero a la que uno se acaba acostumbrando.

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Fish-spa en Chiang Mai.

Y por supuesto si se habla de Tailandia, se habla de Thai Boxing. Un deporte que practican desde que son niños. En las veladas de Thai Boxing que hay en cada ciudad siempre reservan un combate o dos entre niños que apenas tendrán diez años en muchos casos. Y varios combates con adolescentes que no pasarán de los quince. Por supuesto el ambiente se crece con los combates sénior, y en las apuestas los billetes vuelan de mano en mano. Una auténtica pasión.

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Velada de Thai Boxing.

En la propia Chiang Mai es fácil contratar guías para que te lleven al norte de la ciudad a visitar parques naturales o granjas de elefantes. Allí te encuentras con zonas completamente rurales donde la economía es mayoritariamente agrícola, con sus terrazas de cultivo del arroz. Las aldeas consisten en pequeñas cabañas y la riqueza de los campesinos está en el arroz que logran producir y en sus animales de granja.

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Zona rural en Mae Taeng.

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Terrazas de arroz en el poblado al pie del Doi Inthanon.

El turismo cada vez cobra más protagonismo en la economía local, y mucha gente trabaja ya sea como mahout en las granjas de elefantes o como guía de trekking o de bambú rafting, para recorrer los ríos de la zona en pequeñas balsas de bambú cuyos juncos apenas se mantienen juntos atados con cuerdas.

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Travesía con elefantes en Mae Taeng.

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Bamboo rafting en Mae Taeng.

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Cascada Wachirathan de camino a Doi Inthanon.

Los parques naturales son espectaculares con cascadas de varios metros de altura especialmente en los parques de Doi Suthep y Doi Inthanon, las dos cimas más altas del país que en el segundo caso llega a pasar de 2500 metros. Nota: en Doi Inthanon HACE FRESCO, por muy tropical que sea el país.

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Aldea al pie de Doi Suthep.

En los pueblos cercanos complementan sus ingresos que provienen de la agricultura con artesanía local hecha a mano que venden a los turistas a muy buen precio.

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Tejedora de la tribu Karen en una aldea al pie de Doi Inthanon.

De nuevo en Chiang Mai, no hay que perderse la gran cantidad de mercadillos que inundan la ciudad, tanto de día como de noche, dentro del recinto amurallado de la ciudad.

Uno puede hacerse un fondo de armario nuevo a base de pantalones, camisetas, polos y camisas si sabe regatear con los vendedores. Por no hablar de bolsos, cinturones, relojes... Aquí no existe la economía sumergida porque la compra-venta de falsificaciones está bien en la superficie.

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Comida de mercadillo en Chiang Mai.

Lo mejor es lanzarse a probar la gastronomía local en todos los puestos que salpican los mercadillos. Arroces, tallarines, tortillas de todos los gustos y sabores -y olores- con picante o sin picante, al gusto del consumidor. Preparados y servidos para comer a la carrera, en hoja de palma y poco más. Lo mejor y por el calor constante, los cocos naturales que abren a hachazos delante de ti. Frescos y baratos, son una forma ideal para calmar la sed. Y si te dan una cuchara ya es perfecto, porque te puedes comer la pulpa blandita del coco como si fuera un yogur. Nada que ver con los cocos resecos que compramos en los supermercados occidentales.

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Coco refrescante en el mercadillo de Chiang Mai.

Eso sí, lo de los insectos fritos es algo difícil de asimilar, especialmente cuando ves toda la variedad que ofrecen: saltamontes, larvas, ranas, escorpiones... Comer eso te pone realmente a prueba.

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Aperitivos en Chiang Mai.

Chiang Mai, al igual que Ayutthaya, es una ciudad que se define por la cantidad de templos que posee, no en vano hay más de 300, pero que se diferencia de la misma porque se puede recorrer a pie perfectamente sin tener que depender de transporte a motor, aunque siempre hay alguien que se las ingenia para llevarte de un lugar a otro a cambio de una módica cantidad, aunque sea a pedal.

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Tuk-tuk de tracción animal en Chiang Mai.

Los templos de Chiang Mai son especialmente bonitos. Además de los típicos de piedra, ladrillo o escayola que hay en la mayor parte del país, aquí se pueden encontrar templos de madera, muy ornamentados y con mucho detalle.

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Detalle de esculturas en Wat Chiang Man.

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Detalle de Wat Phra Sing.

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Detalle de Wat Phra Sing.

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Ornamento en un jardín.

En varios templos es costumbre realizar ofrendas durante la oración, consistentes en echar moneditas de 1 o 2 baths (siendo a día de hoy 1 euro = 40 bahts aproximadamente) en varios cuencos dispuestos alrededor de un Buda.

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Cuencos para las ofrendas.

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Multitud de budas.

La riqueza en la ornamentación es a menudo muy llamativa, con abundancia del dorado, incrustaciones de cristal, bronce, jade, etc.

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Detalle de la escalinata que baja del Wat Phra That en Doi Suthep.

Ya es hora de dejar atrás ciudades y junglas y desplazarse al sur del país, para visitar sus costas e islas subtropicales. El primer alto en el viaje pasa por Phuket, isla que hace frente al mar de Andamán y que sufrió el tsunami del año 2004.

En Phuket lo más relevante está al oeste de la isla, donde se encuentran las mejores playas pero son las más expuestas al oleaje y al viento. Allí al oeste se encuentra la ciudad de Pa Tong, la ciudad-prostíbulo por excelencia de la isla. De día todo es idílico, sol, playa y cocoteros. Pero en cuanto empieza a anochecer, los locales de la calle Thanon Bangla encienden sus neones y la música, y prepárate para el espectáculo. Las ladyboys hacen suya la calle luciendo cirugía plástica y trajes carnavalescos. Mientras tanto, los locales donde hace apenas unas horas parecían simples bares donde tomarse una cerveza se convierten en prostíbulos donde chicas venidas de toda Asia bailotean subidas en las barras a la caza de clientes para pasar algo más que un rato.

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Longtail en Ton Sai Bay, Ko Phi Phi Don.

Lo mejor es abandonar Phuket y dirigirse al paraíso en la tierra, que está en las islas Ko Phi Phi. La mayor de ellas, Ko Phi Phi Don, es apenas una banda de arena blanca bordeada por montaña y jungla donde los monos campan a sus anchas y en ocasiones se envalentonan y abordan los bungalows de los hoteles más cercanos a la jungla, llegando a despertarte por la madrugada trepando y saltando sobre el tejado de tu habitación.

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Longtail en Ko Phi Phi Don.

El paisaje es simplemente paradisíaco. Aguas blancas y fondos repletos de especies tropicales hacen el paraíso del buceador. El agua, siempre caliente, invita a pasar horas y horas bajo la superficie.

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Longtail en Bamboo Island.

Los habitantes locales alquilan sus barcas por sumas muy asequibles para hacer recorridos de la isla y otras islas cercanas, incluyendo Ko Phi Phi Lee, y otras menores como la Mosquito Island o la Bamboo Island.

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Bamboo Island.

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Mosquito Island.

En una de las múltiples paradas llegamos a Monkey Beach. Allí esperan los monos, acostumbrados ya a estas alturas a la visita de los turistas que les alimentan con cualquier cosa, frutas, pan, etc. Lo más llamativo es ver a los monos lanzarse a por las botellas de agua dulce, ya que debe ser lo que más escasea en la isla.

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Mono en Monkey Beach. Evidentemente.

Otro sitio impresionante es la bahía de Pi Leh Bay, en la isla de Ko Phi Phi Lee. Un lugar de entrada angosta donde solo las barcas más ligeras pueden entrar sin encallar. Una vez pasado ese punto, se llega a una bahía completamente cerrada por acantilados y jungla, formando una especie de poza azul que es lo más parecido al paraíso en la tierra. Es de esas experiencias que sabes que pocas veces vas a poder disfrutar en tu vida.

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Bahía de Pi Leh Bay. Impresionante.

Para rematar el paseo, la última etapa es la playa de Maya Bay. Una especie de catedral de la naturaleza donde se rodó la película The Beach con Di Caprio. Más acantilados y jungla que hay que atravesar desde Loh Samah Bay hasta llegar a la playa para encontrarse con un espectáculo que no se olvida.

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Loh Samah Bay.

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Playa de Maya Bay.

De vuelta a Ko Phi Phi Don, tan solo queda disfrutar de un atardecer mágico tomando unas cervezas locales en un local de chill out en la misma playa. Perfecto.

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Atardecer desde Loh Dalam Bay, en Ko Phi Phi Don.

Pero Tailandia tiene más paraísos que aguardan. Así que de nuevo pasando por Phuket, un avión te llevará a la isla de Ko Samui. Allí uno puede optar por quedarse alguna noche, siendo esta la isla principal de la zona, ya en el Golfo de Tailandia, lejos del mar de Andamán.

De Ko Samui lo mejor es hacer el salto a Ko Pha Ngan, una isla bastante más pequeña y situada entre la propia Ko Samui y Ko Tao, otra isla que se visitará más adelante.

El mejor modo de visitar Ko Pha Ngan es alquilando una moto, para no tener que depender de taxis ni horarios. Una moto es perfecta ya que se mueve ágil en las carreteras de la isla. Carreteras, todo sea dicho, en bastante mal estado por lo que hay que ir con cuidado. Ir en moto a medianoche en una carretera completamente a oscuras y atravesando la jungla cerrada, con el ruido de animales e insectos, es toda una experiencia.

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Paisaje en la playa Haad Salad, en Ko Pha Ngan.

La isla de Ko Pha Ngan tiene demasiados lugares demasiado bonitos como para poder visitarlos todos. Uno llega a plantearse el quedarse a vivir allí, como ya han hecho muchos otros occidentales. Los habitantes de la isla son buena gente, siempre feliz, y viendo el entorno es evidente el porqué.

La playa de Haad Salad es la típica playa que uno se puede encontrar en una postal. No falta su agua transparente, su jungla hasta casi el mismo borde de la arena, su cocotero inclinado. Es de esos lugares que piensas que solo existen en las fotos de las revistas. Pero no, esta vez es real.

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Paisaje de Haad Salad, Ko Pha Ngan.

Un poco más arriba está Ko Ma, un islote que permanece unido a la isla por un brazo de arena. Un lugar ideal para bucear si el mar no está demasiado agitado.

Al norte de la isla se puede encontrar Haad Khom. Y digo bien 'se puede encontrar' ya que el acceso es complicado, y la moto es indispensable. Una vez allí te encuentras con una playa con apenas gente, y perfecta para bucear. Peces de todo tipo, conchas marinas gigantes, un espectáculo.

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Bahía de Ko Tao.

Recorrer toda la isla de playa en playa es un sueño pero la realidad impone límites y hay que saber dónde parar. Además otros lugares nos esperan en este viaje.

El paraíso no se detiene aquí. Mediante un barco se puede saltar a la isla de Ko Tao, una isla diminuta y casi perdida en el Golfo de Tailandia. Allí es la meca para el buceo, ya sea con bombona o a pulmón. Cualquier bahía de la isla es adecuada para descubrir vida marina.

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Isla de Nangyuan.

También cabe la posibilidad de saltar a la isla privada de Nangyuan, donde para entrar hay que pagar 2 euros. Nadar allí es como estar en un acuario natural. Los peces te rodean completamente y los más valientes hasta te mordisquean en busca de pieles muertas.

Todo es tan bonito, todo es tan idílico, que es fácil sufrir una especie de síndrome de Stendhal tropical.

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Isla de Nangyuan.

Todo lo bueno se acaba. Solo queda disfrutar de la última noche tropical viendo anochecer, disfrutando de lo vivido y haciendo planes para volver en un futuro a este continente que tantas cosas tiene por ofrecer.

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Atardecer desde el hotel de Haad Salad, Ko Pha Ngan.

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