sábado, 23 de septiembre de 2006

Cosas de vecinos

Hay cosas más terribles en la vida que tener que aguantar una película casposa de Alex de la Iglesia, pero no mucho más que uno de sus peores filmes se haga realidad. Y es que salvando las distancias con tan nefasto celuloide, las comunidades de vecinos que por aquí rondan no son tan casposas, pero sí más peligrosas, y la principal razón por la que algún día apareceré con dos o tres tiros entre las cejas y una corbata al cuello rematada con cemlento directo al fondo del Manzanares. Cuando el Manzanares vuelva a tener agua, claro.

Los azares del destino han querido que por estas latitudes se establezca una curiosa conexión en torno a una espiral de crimen y delincuencia que han hecho que este barrio, antaño tranquilo y apacible, sea actualmente uno de los principales cónclaves en el mundo que maneja el hampa.

Todo empezó con el negocio de la trata de blancas. La conexión Sudamérica - Europa para la libre entrada de las drogas se estableció en la puerta de al lado. Unos adorables vecinos en apariencia pero que no pudieron ocultar sus verdaderas intenciones. Ella de Venezuela y él de Amsterdam, no podía ser una coincidencia, algo se tramaba tras ese aspecto de matrimonio bien avenido aunque con esos orígenes su negocio estaba claro. Estos vecinos, siempre tranquilos y silenciosos, claramente querían disimular las actividades que se traían entre manos y para ello, nada mejor que establecerse en una tranquila urbanización del extrarradio y no llamar la atención de miradas indeseables utilizando como tapadera unos modales y una convivencia exquisita. Pero uno, que es de natural desconfiado, supo calarles a base de bien. Horarios extraños, trabajos indefinidos, ausencias injustificadas, animales domésticos con sospechosos cargamentos en sus intestinos, visitas de "familiares del extranjero" que van y vienen sin parar, siempre con coches diferentes cada vez. La jugada estaba clara. Todo el comercio sumergido de la droga está en juego una pared más allá de mi propia casa, y nadie parece haberse dado cuenta. Mi vida está constantemente en peligro y si mis adorables vecinos leen este blog, puedo darme por muerto.

Pero no todo acaba aquí. Europa es muy grande y hay que llevar la mercancía más allá de los Cárpatos, donde el mercado centroeuropeo y eurasiático es muy sustancial. Era necesario encontrar el contacto adecuado para tan importante labor. Para ello, hábilmente han contactado con la mafia ucraniana. Tras una humilde y abnegada fachada de mosquita muerta, la encargada de coordinar el trasiego del oro blanco ha sabido disfrazarse de muchacha del hogar para infiltrarse en mi propia casa y así tener una excusa con la que poder venir por aquí regularmente, y de paso, vigilar el vecindario y asegurarse de que nadie sospecha nada. La conexión Sudamérica - Holanda - Centroeuropa a dos pasos de aquí bajo las mismas narices de la policía.

El mercado nacional también tiene su importancia. En un país donde las opciones de ocio se reducen al reggaeton, el fútbol dominical, y el mundo del corazón, la gente necesita echarse a los brazos de las drogas duras. Aquí entran en escena mis vecinos camorristas del otro lado. Expertos en armar movidas a voces y amenazar con sus modales más kinkis para amedrentar a quien haga falta, son grandes conocedores de los bajos fondos, los peores barrios de las grandes urbes nacionales. Barakaldo, Hospitalet, Badalona, Vallekas, Entrevías, La Moraleja... todos estos espantosos suburbios que reúne a lo más granado de lo chungo son terreno acotado de estos sujetos. Él, tras un aspecto apacible, disimula un alma de pelopincho de esos que se compra un todoterreno enorme y lo tunea a muerte. Ella en cambio se la ve venir. Nacida en los peores arrabales, se mueve con soltura en el arte del pequeño delito callejero, y maneja una extensa red de pequeños camellos que dirige con la prestancia de una pequeña capo de la mafia.

Esto es el pequeño mundo que me rodea. Aunque el barrio resulta peligroso, y a veces agobia un poco sentir en la nuca la mira telescópica de algún matón a sueldo, no dejan de ser mis vecinos, a los que quiero tal y como son. Además, le dan un toque picante a la vida, y sin ellos todo sería mucho más aburrido. Ahora si me disculpan, me han invitado a una barbacoa. Pero si ven que tardo muchos días en volver, por favor avisen a la policía. Que ustedes lo pasen bien.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya te has terminado de perturbar...

Anónimo dijo...

Eso te pasa por vivir en un chalet alejado. XDDDD

Último Íbero dijo...

¿Necesitas alguien que te limpe el barrio?

Tengo amigos...

Tu ya me entiendes...

Anónimo dijo...

Amigo mío, no dejas de recordarme a mí cuando abrieron el garito-chungo-de-pillar justo bajo mi ventana y un tipo se me acerco para que le mirara el paquete. El paquete de hachis que traía escondido en el calzoncillo.

Aquello era un espectáculo, escuadrones de pelopincho ennegrecidos por una vida en la calle (tomando litronas al sol), que se reunían todos los domingos de madrugada para pillar, hecho que cantaba más que una merluza en verano. Auténticas balizas brillantes de colgantes y cadenas doradas que se agolpaban en la puerta como un parado en la cola del INEM.

ñac ñac ñac ñac...