Aunque quede ya lejano en la memoria colectiva, años atrás la música aún no era un producto comercial, sino que era un arte. Tampoco se trata de empezar a enumerar listas y listas de grupos y cantantes que han marcado un antes y un después en la música de la segunda mitad del siglo XX, pero algunos de mis lectores sabrían darme sin parpadear una docena de nombres de artistas (palabro que se ha devaluado bastante de veinte años para acá) cuyos discos se siguen escuchando una vez que ha pasado el verano.
La cosa empezó a degradarse en los años 80 un poco, pero durante los 90 la cosa entró en barrena y la situación que vivimos a día de hoy es sólo una consecuencia de aquellos polvos que trajeron estos lodos.
El disco concepto empezó a quedar pasado de moda. Eso de crear un álbum como "un todo" en la que las canciones son sólo una pieza que encajan con las demás y no sólo un mero single que va a sonar durante un par de meses empezó a no ser tan rentable para unos, y a estar fuera del alcance para el talento de otros. Afortunadamente no todo en esta vida es blanco y negro y siempre se puede encontrar alguna excepción, incluso en los grupos más reconocidos en el panorama músico-comercial.
A mediados de los 90, los Smashing Pumpkins tuvieron la feliz idea de publicar el álbum The Mellon Collie and the Infinite Sadness, obra que en cierta manera venía a ser una especie de nexo de unión entre el grunge más autodestructivo -que acaba de cumplir diez años- y lo que estaba por venir en los años subsiguientes, una mezcla de rock progresivo, heavy y gótico.
The Mellon Collie and the Infinite Sadness pronto se reveló como un proyecto muy ambicioso, vistos los tiempos que corrían. Un disco doble con 28 canciones y dos horas de duración era algo "poco habitual para la época", por emplear un eufemismo, pero la fuerza de los Smashing liderado por el carismático Billy Corgan, ese gigantón de casi dos metros de altura y calvo como un huevo, caló pronto no sólo entre su público objetivo (adolescentes amantes del rock y heavy) sino que llegó a muchos más amantes de la buena música, que supieron apreciar las melodías desgarradas del álbum, la potencia de las guitarras y los ritmos de los machacadores de calabazas. Billy Corgan, compositor de prácticamente todo el álbum -y casi todas las canciones de la banda- fue capaz de enhebrar unas letras predominantemente oscuras con sonidos innovadores con un alcance artístico pocas veces igualado en la música de las dos últimas décadas, mezclando géneros como el metal, el rock y el pop, sin limitarse a los convencionalismos de qué puede y qué no puede hacer una banda de rock. La variedad de sonidos desde el principio hasta el fin de las canciones es sorprendente, llegando a alternar entre pianos, sintetizadores y fragmentos casi orquestales, le da una viveza y una variedad de sabores a la música de los Smashing Pumpkins que es difícil encontrar en las composiciones de otras bandas.
El álbum siempre me pareció como una montaña rusa que se compone de dos discos, Dawn to Dusk, y Twilight to Starlight. El primero inicia la subida con el instrumental "Mellon Collie and the Infinite Sadness" que enlaza directamente con el "Tonight Tonight". Canciones brillantes, cargadas de "luz" que marcan esta primera parte del álbum, temazos impresionantes como Jellybelly, Bullet with Butterfly Wings, Love, Cupid De Locke, Galopogos o Muzzle.
La bajada de la montaña rusa llega con Twilight to Starlight. Las luces se apagan y llegan canciones más oscuras. Pasamos de un extremo (1979, Beautiful, By Starlight) a otro (Bodies, Tales Of A Scorched Earth) pero en general las canciones son más tranquilas que la primera parte del álbum: nada que ver las baladas Farewell and Goodnight (que cierra el álbum), Lily (My One And Only) o We Only Come Out At Night con la explosión de rabia desgarrada del Bullet, An Ode to No One, o Zero.
Más allá de la propia música, cabe destacar el arte de las carátulas y el booklet del álbum. Pequeñas joyas que me atreveré a calificar de naïf aunque no lo sean ponen el toque final a una obra redonda de principio a fin, una obra de arte que se hace difícil de digerir en la primera escucha pero de la que se van apreciando todos sus matices a medida que uno se deja llevar por las canciones de los dos discos.
Personalmente, creo que los Smashing Pumpkins alcanzaron su techo con el Mellon Collie, ya que lo que vino después (e incluso lo que ya habían hecho antes) no alcanza a igualar a éste disco. Por otra parte, la descomposición de la banda tal y como se la conocía por la muerte del teclista Johnatan Melvoin y la expulsión del batería Jimmy Chamberlin por un turbio asunto de drogas -sex, drugs and rock 'n roll- acabó de descomponer el talento que atesoraba el grupo. Pese a eso, dejaron bien claro que fueron una de las bandas más innovadoras de los años 90. Y nosotros siempre les estaremos agradecidos.
sábado, 14 de abril de 2007
Del amanecer hasta el crepúsculo, y más allá
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3 comentarios:
Dior mío! Un post sobre uno de mis discos favoritos! No quepo en mí de gozo XD
excelente! sin palabras. no existe mejor descripción y sentimiento por este album
Amigo, excelente reseña, sin duda la mejor que he leído sobre Mellon Collie desde aquellos años luminosos del 95 hasta ahora. No podías haberlo dicho mejor.
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