La serie es, por supuesto, Oliver y Benji (aka Captain Tsubasa para los frikis incurables), emitida en horario prime time en directa competencia con los telediarios de las otras cadenas (algo irrepetible en la televisión de este país), donde un chaval llamado Oliver Aton (al parecer resulta que se escribe Hutton) se dedicaba a darle al balón en vez de estudiar la fotosíntesis del berberecho nipón.
Es de todos conocidos, a menos que hayáis vivido bajo una piedra queridos lectores, de las increíbles -en todo el sentido de la palabra- andanzas futboleras de estos muchachotes, compañeros y rivales en esos estadios de longitud inabarcable. Por no hablar de personajes estrambóticos, ex-futbolistas brasi-leños alcohólicos, porteros más grandes que sus porterías, delanteros que sufrían tres infartos durante los partidos, públicos demasiado entusiastas, estrategias inverosímiles a la par que absurdas, locutores con más saliva que el suelo de un bar de camioneros, equipos entrañables -quién no se acuerda de los patéticos Niupis, ¿o New Kids?-, jugadores psicópatas, y todos, absolutamente todos ellos más feos que pegar a un padre.
Pero de toda esa fauna, queda impreso a fuego en la retina esa pareja de freaks balompédicos que eran los gemelos Derrick, del equipo Hanawa quienes, rodeados por una panda de mantas, se las arreglaban ellos solos para meterles un paquete de goles al desdichado portero que tuvieran enfrente.
Estos tipos, aparte de compartir placenta durante el embarazo de su desdichada madre, también compartieron su pasión por el esférico durante su niñez, además de heredar -quién sabe de qué padre- unos dientes prominentes y cierta inestabilidad emocional que les llevaba a brincar aquí y allá. Esa característica es la que nos lleva al tema del post de hoy: su absurda técnica de la (tachán) Catapulta Infernal (tachán).
Esta pareja de dos sorprendían al rival realizando una espectacular acrobacia que consistía en que uno de los gemelos se tiraba al suelo de espaldas sobre el césped.
Tras deslizar -siempre de espaldas- unos cien o doscientos metros, su hermano saltaba sobre sus piernas flexionadas.
Los dos hacían fuerza con las piernas, y después de decir abracadabra, saltaba como un piojo hasta alcanzar más o menos la altura de trescientos metros (metro más, metro menos):
El resto es historia: gol, y toda una generación de adolescentes colgados de la tele y flipando con esta gente.
Están locos estos japoneses. Y lo que nos gusta.
1 comentario:
Siempre me he preguntado por que odio el fútbol y sin embargo me encantaba Campeones, será que la realidad es tan aburrida...
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