Sales a la calle y te rodean Seat 124 y algunos 600. Ocasionalmente también puedes ver algunos Ford Escort, unos pocos Mini y Citroën 2CV. Has llegado al cine de tu barrio, que está dos calles más allá. El lugar es un poco cutre, y la cartelera deja bastante que desear, cosa de la censura. Algún día conseguirás ver Emmanuelle sin tener que cruzar la frontera, pero mientras tanto te tienes que conformar con lo que hay.
Te atiende en la taquilla un hombre canoso y de aspecto aburrido. Cuando entras, el mismo hombre te pica el billete, te atiende en la tienda de golosinas, y hace las funciones de acomodador: todo un trabajador polifacético. La crisis del petróleo se ha hecho notar en la audiencia y para mantener abierto el cine, otros currantes se han tenido que ir a la calle.
Una vez en tu butaca, y después de la publicidad de una tienda de muebles local, empieza la película. Aparecen unas exóticas imágenes de Hong Kong, y la potente banda sonora de Lalo Schifrin atrona la sala medio vacía.
Efectivamente, estás en 1973, y acaba de comenzar Operación Dragón.
Cuando el joven Bruce Lee empezó a desarrollar su talento de luchador de artes marciales, comprendió que bien podría tener su oportunidad en el cine de acción repartiendo tortas como panes haciendo gala del estilo que él mismo inventó, el Jeet Kune Do. Pese a llamar a varias puertas para conseguir algún papel en Hollywood, el género de las películas que pretendía protagonizar y el factor racismo -o eso cuentan las malas lenguas- le llevaron a probar suerte muy lejos de su California natal, allá por Hong Kong. La isla, por aquél entonces aún bajo control británico, era una ciudad dinámica donde cualquier proyecto que diese dinero tenía las puertas abiertas. Allí, donde una pequeña industria emergente de cine de serie B tenía su audiencia fiel, Bruce Lee tuvo la posibilidad de protagonizar películas de artes marciales -películas de chinos como se llaman aquí- repartiendo por doquier su patada lateral, patada con salto, y patada giratoria, por supuesto todas ellas aderezadas con sus gritos ¡kiaaaa! de luchador marcial avezado. Bruce Lee ya era una estrella del cine de Hong Kong, todo un género en sí mismo, y sus películas se contaban por taquillazos. Pero le faltaba el éxito en los EEUU donde había nacido.
¡Quiero un Óscar!
Fue entonces cuando el productor Fred Weintraub convenció a la Warner para que produjese una película con Bruce de protagonista. Como director elegirían a Robert Clouse, que también dirigiría a Bruce Lee en su film póstumo Juego con la Muerte, donde el malogrado actor protagonizaría, sin saberlo todavía, la que iba a ser su última película en vida, y que por otra parte profetizaría la muerte de su propio hijo Brandon Lee cuando rodaba El Cuervo. Por cierto, es también en Juego con la Muerte donde Bruce Lee apareció con su conocido traje amarillo avispa, traje que luego fusilaría/homenajearía Tarantino en su soporífera Kill Bill con Uma Thurman de protagonista.
Operación Dragón fue todo un éxito y no solo en Hong Kong, sino en EEUU y en todo el mundo. Dio a Bruce Lee el éxito rotundo que buscaba en occidente, y aunque ya era conocido, con ésta película se le asoció por siempre a las pelis de chinos, guantazos y patadas.
Sería injusto cerrar este post sin mencionar la cañera banda sonora de Lalo Schifrin, cargada de temazos que le van al largometraje como un guante. Este hombre, que además compuso también la BSO de THX 1138 y de la serie Mission: Impossible, consiguió una ambientación setentera con poderosas trompetas, guitarras psicodélicas, violines, todo ello aderezado del necesario toque oriental. El tema que abre la película no debería faltar en la discoteca de todo buen aficionado al cine.
Operación Dragón tiene un poco de todo lo que se le puede pedir a este tipo de metrajes: intriga, aventura, acción, una pizca de humor e incluso un buen guión. Todo empieza en Hong Kong. Allí, Lee es un maestro de artes marciales en un templo Shaolin.
Ese hecho le ha valido la invitación para participar en una competición que se celebra en una isla propiedad de un tal Han, y que se encuentra fuera de la jurisdicción internacional. Por ese mismo motivo, Lee es requerido por una organización de espionaje para infiltrarse en la isla y obtener las pruebas que nadie ha podido conseguir aún para incriminar a Han en el tráfico de drogas y la prostitución. Lee acepta el encargo, ya que además Han está ligado a la muerte de su hermana a través de su mano derecha, Oharra.
Me llamo Guybrush Threepwood, y quiero ser pirata.
De camino a la isla de Han, conocemos a otros personajes secundarios que se alinearán más adelante del lado de Lee. El primero es Roper, todo un playboy y jugador empedernido que le debe hasta los calzoncillos a la mafia americana. Sus conocimientos como luchador le han proporcionado la posibilidad de pelear en el torneo de Han, y de paso conseguir algún dinero para tapar las deudas con la gente tan chunga que anda tras él. El segundo es Williams, el típico negro del bronx, que huye de EEUU acosado por el racismo, que le llevó a defenderse a hostias de unos policías corruptos. Ambos personajes se conocen ya que fueron compañeros en Vietnam.
Los más malotes jugando al Grand Theft Auto.
La isla se descubre como un auténtico fortín, donde no hay ni una sola arma de fuego pero a cambio Han se cubre las espaldas con un ejército de luchadores que entrenan incansablemente noche y día. Por otra parte, Han vive en la más absoluta opulencia en su palacio, dedicado a una vida donde mezcla el hedonismo más decadente -fiestas sin fin, banquetes y sexo- con actividades ilícitas relacionadas con la distribución de opio.
Fostiones como hogazas.
Un glan mago del oliente, Kin Kan Kun el Adivino, me enseñó su glan secleto que ela el súpel disco chino.
Una vez hecha la recepción de los participantes por parte de Han en una fastuosa fiesta, empieza el torneo. Lee, Roper y Williams ganan fácilmente las primeras rondas. Ya por la noche, Lee sale a hacer una pequeña incursión en los dominios del propietario del lugar, a ver si puede encontrar indicios que le incriminen.
Vamos a llevarnos bien, o aquí habrá hondonadas de hostias.
Cuando parece que ha encontrado algo interesante, es sorprendido por los guardias, pero los fulmina sin pestañear, y deja pendiente para el día siguiente una visita más en profundidad. En cambio, Williams es sorprendido en una pequeña incursión nocturna, y paga un precio muy alto por ello. Es eliminado fulminantemente por Han.
Al día siguiente, Lee tiene el placer de enfrentarse a Oharra, el asesino de su hermana. Este personaje, por cierto, está interpretado por Robert Wall, otro actor especializado en artes marciales conocido por aquellos años. El combate es uno de los momentos álgidos de la película, y donde Bruce Lee despliega todo su arsenal de movimientos, velocidad, agilidad y flexibilidad. Un combate que ha quedado como uno de los grandes momentos del cine de acción.
Patada, patada, codazo, puñetazo, patada.
Han, que también tiene sus motivos para haber organizado un torneo semejante, intenta convencer a Roper para que se una a su sindicato del crimen y le represente en América. Como señal de advertencia le muestra el cadáver de Williams.
Un recuerdo de infancia.
A la mañana siguiente, Han obliga a Roper a enfrentarse a Lee como prueba de fuego que demuestre su lealtad. Ante su negativa, Han envía a su mejor luchador. A pesar de todo, Roper consigue la victoria. Cuando parece que ambos van a ser aplastados por las hordas de Han, llegan las tropas internacionales para tomar la isla.
Te voy a pinchar como a un berberecho.
El apoteosis llega con el final del filme, en la pelea entre Bruce Lee y el malvado Han haciendo uso de sus garras intercambiables. Como es manco, en su brazo izquierdo va acoplando diferentes armas, a cada cual más letal.
Be water my friend.
Bruce Lee al principio recibe de lo suyo y acaba bastante tocado. Pero pronto cambian las tornas. Ambos contendientes llegan a la sala de espejos, donde se desarrolla la parte más emocionante de la pelea. Es posiblemente la escena de combate más mítica en el cine de artes marciales.
Espejito espejito, ¿quién es el chinorri más cachas?
Han consigue zurrar a Bruce, le hace sudar la gota gorda y le provoca graves heridas que le hacen sangrar, y a punto está de perder. Pero con tanto golpe y honor mancillado es cuando el amarillo de verdad se pone chillón.
¡Kiiiiaaaaaaa!
2 comentarios:
Sublime.
ningun fan de bruce lee lo hubiera hecho mejor!!! muy muy bueno!! y me has ransportado pro unos minutos, con la intro, a los 70.
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