Así es como se siente uno después de volver de uno de los lugares más impresionantes de los alpes franceses.
Valle de Val d'Isère al pie del Tsanteleina que hace frontera con Italia y que esconde pueblecitos como Ceresole Reale.
Muy lejos de aquí, en la Savoya francesa, muy cerca de la frontera italiana, se encuentran los pueblos de Tignes y de Val d'Isère en la zona de la Haute Tarentaise. Ya desde principios del siglo XX empezaba a desarrollarse en la zona el esquí alpino como actividad de ocio. Pronto, en 1931 empezaron a instalarse remontes manuales en Val d'Isère para aquellos pioneros, locos que se deslizaban sobre tablones de madera montaña abajo.
Macizo alpino que se cierne sobre Tignes.
Desde la zona glaciar se tienen vistas impresionantes sobre el Dôme de Pramecou.
Varias décadas después, ambos pueblos se han convertido en una referencia mundial para el esquí, con un dominio esquiable de 300 kilómetros que te lleva desde el valle de Les Brevières hasta los nada desdeñables 3500 metros sobre el nivel del mar de la zona glaciar de la estación.
La zona de Le Fornet situada al pie del col de l'Iseran.
El enclave es increíble, y los paisajes no dejan de sorprenderte; detrás de un pico aparece otro aún más majestuoso. Los bosques esconden valles sombríos y las lomas dan paso a extensas praderas de nieve hasta donde alcanza la vista.
El sol se atreve a iluminar en vano el glaciar de la Grande Motte: la temperatura no subirá de 0ºC en todo el día.
Sólo en un lugar como éste alojado a 2100 metros de altura puede ofrecerte unas vistas semejantes mientras desayunas. Un vistazo a la ventana te deja con la boca abierta...
L'Aiguille de la Grande Sassière al amanecer, más de 3770 metros haciendo frontera con Italia. Del otro lado el valle de Aosta.
El embalse que anegó el antiguo pueblo de Tignes en 1952 permanece helado durante muchos días del largo invierno. El sol apenas calienta las aristas de las montañas circundantes...
¿A que parece un dibujo?
Alojarse a los pies de la cima de Tovière se presta a este espectáculo cuando apenas está amaneciendo. La mezcla del azul y el dorado del sol sólo puede apreciarse en un lugar así.
El parque natural de la Vanoise rodea a toda la estación en una perfecta simbiosis hombre/naturaleza. Algunos deberían reflexionar y aprender de ello.
Detrás, los bosques permanecen a la umbría de la montaña. Más adelante el sol lo inundará todo en esta parte de la estación orientada al oeste.
Le Fornet, donde discurre el arroyo del Isère entre alerces y abetos.
Llegar al valle de Le Fornet es todo un reto viniendo desde Tignes. Son tales las distancias que ir y volver en un día no resulta fácil, sobre todo cuando llegas a estar a 15 kilómetros de casa... Para llegar hasta aquí ha habido que salvar varias cimas: Tovière, Bellevarde, Solaise y el mítico Iseran, protagonista de numerosas etapas del tour de Francia, que por cierto, llegará aquí el próximo verano.
Las vistas son indescriptibles. Trataré de describirlas. Básicamente podemos ver al fondo y en línea recta a Tignes y su glaciar.
Estando en Le Fornet uno no puede evitar subir hasta el glaciar de Pissaillas. Tomando la cabina del valle del Iseran subimos de un tirón hasta el col de l'Iseran a 2762 metros de altura, y de ahí al glaciar a 3400 metros que desemboca en la zona del Pays Désert, una llanura de nieve que la vista no abarca.
Uno de tantos glaciares de la zona del parque natural de la Vanoise. Aquí los coleccionan.
Las fotos no le hacen justicia al lugar. Estar allí sentado extasiándose con todos los colosos alpinos de alrededor no tiene precio.
La roca de Bellevarde se hiergue sobre Val d'Isère encajonándola en un profundo valle.
Ya de vuelta del glaciar de Pissaillas las montañas nos deparan un panorama inigualable (otro más). La bajada desde Solaise hasta Val d'Isère, 1000 metros por debajo, es simplemente preciosa.
La bajada por la pista de Santons es digna de mencionar, discurriendo entre estas dos moles.
Flanqueando nuestro lado izquierdo teníamos las moles de Charvet y de Bellevarde por las cuales se puede atravesar esquiando un estrecho pasillo que te deja sin respiración. Piedra a la derecha, piedra a la izquierda, y la bajada a cuchillo por delante.
Llegando a Val d'Isère, con el pueblo a nuestros pies.
Ya del lado de Tignes, es aconsejable dejarse caer por la zona de la Sache, en el extremo opuesto de todo el dominio esquiable, lindando con la parque más occidental de l parque de la Vanoise.
Varios kilómetros de bajada por delante.
Esta zona te baja de casi 2800 metros de la Sache hasta los 1500 metros de Les Brevières. Casi unos 1200 metros de desnivel que hay que salvar bajando prácticamente en medio del monte, fuera de pistas balizadas y con una inclinación que hace que te lo pienses dos veces.
Los alerces, que cuelgan casi en el vacío, abren paso a unos paisajes magníficos sobre el embalse de Tignes.
El esfuerzo es notable y la sudada te deja deshidratado, pero una vez más, los paisajes te ofrecen una recompensa que vale la pena.
El Dôme de la Sache, un imponente bloque de piedra maciza limita por la izquierda tu bajada y te advierte de lo que puede pasar si pierdes el control.
La bajada por la pista de la Sache es tan espectacular como dura y peligrosa. Nieve transformada alternándose con hielo y una pendiente más que empinada son buenos aliados para ponerte en dificultades. Al fondo, el pueblecito alpino de Les Brevières ofrece un aspecto bucólico con sus tejados de pizarra cubiertos de un buen manto de nieve que nunca parece derretirse pese al sol que hace.
Vistas sobre el sector de Lognan. Blanco, azul y solazo.
En la misma zona tuvimos acceso a una curiosidad geológica de la estación. L'Aiguille Percée (La aguja atravesada) es una formación rocosa en forma de ojo de aguja.
Por aquí sí que pasaría un camello.
Para llegar hasta la aguja (2748 metros) hay que salirse de la trazada de la pista y cortar a través del monte a lo largo de una pared de nieve. Nada complicado y el premio son unas vistas únicas (como siempre) que invitan a sacar el bocadillo, el agua y recrearse durante un buen rato con algo que no se puede ver todos los días.
Vista de la aguja desde el lado de Lognan.
Lo complicado viene ahora. Bajar de la aguja por el lado contrario se revela como una tarea harto complicada. Una inclinación más que considerable y una nieve muy irregular convierten la bajada en un rompepiernas. Llegamos abajo sin aliento pero felices.
Formaciones rocosas muy peculiares y que no se ven parecidas en ningún otro lugar de la estación.
Ya que estamos aquí, ¿por qué no subimos al glaciar de Tignes? Una breve y agradable bajada por una pista, que parece más una autopista, nos deja en Val Claret, desde donde cogemos un funicular. ¿Un funicular? ¡Un funicular!
¡Ninoni! Próxima parada...
Realmente el tomar un funicular, o una especie de metro si lo preferís, para ir bajo tierra a más de 3000 metros de altura es toda una experiencia que hay que vivir al menos una vez. Es la primera vez que tomo un transporte ferroviario y no ves caras de estrés, de haber madrugado (bueno sí, pero no se nota), más bien al contrario la gente está despreocupada, comentando tal o cual bajada.
En la cima del mundo.
A la salida del funicular nos espera una cabina -el bicho transporta a más de 100 personas ni más ni menos- que nos lleva al techo de todo el dominio esquiable. Los 3500 metros se notan y aunque hace un sol de justicia el termómetro marca los -4ºC sin inmutarse. Cómo será esto cuando hace "frío"...
La diferencia de altura se nota. Las nubes se nos echan encima.
La bajada es espectacular. La nieve parece nata y los esquís se dejan llevar dócilmente, glaciar abajo. El crujido de la nieve polvo es música para los oídos.
El Mont Blanc (en el centro, detrás). 4808 metros.
En medio de la bajada, ¡stop! El Mont Blanc, techo de la Europa occidental nos envía un saludo. Desde donde estamos, apenas hay 50 kilómetros a vuelo de pájaro.
Campos de trigo nevados.
Siguiendo con la bajada, nos encontramos con estas extrañas formaciones artificiales de nieve. Aquí la nieve no cae, se cultiva.
Tignes no es sólo nieve y montañas (bueno, casi). También es un lugar coqueto con mucho ambiente montañero. Por la tarde después de esquiar la gente se congrega alrededor de la plaza de Val Claret, un espacio peatonal donde lo normal es ir de un bar a otro esquiando en lugar de andar. El tráfico rodado está vetado en varias zonas (si vas a estar alojado, parking obligatorio) lo cual se agradece. La gente a pie se confunde con los esquiadores, porque es lo más normal del mundo en este lugar.
Un bar-tienda que merece la pena visitar.
Los locales son bastante exóticos, como por ejemplo el Gryzzly's Bar, ambientado al estilo indio, con estatuas de osos de maderas, sofás -en lugar del vulgar taburete- recubiertos de cojines y pieles, tapices que cuelgan de las paredes, tocones de árboles en lugar de mesas... Un sitio que vale la pena visitar, aunque mejor prepara la cartera a la hora de pagar una consumición. Obviaba decir que el lugar es bastante pijo, y los precios van con el sitio. Je.
Esquiando por las calles del pueblo.
De vuelta a Val d'Isère al día siguiente, pudimos gozar de nuevo del entorno. Val d'Isère ha sabido conservar el aspecto bucólico de los pueblecitos de alta montaña. Predominan las construcciones de piedra y madera siguiendo la arquitectura local. Algunas calles como se puede ver, son sólo para esquiadores.
Nada roto, puede seguir.
De vuelta a los glaciares, es tanta la cantidad de nieve que llega incluso a ser mareante. El sol pega con fuerza y el blanco de la nieve devuelve un reflejo cegador. Las pistas son innumerables, así como los fuerapistas. Las posibilidades son infinitas. Habrá que volver, digo yo.
El día de vuelta nos despide con un nevadón que -sustos con el coche aparte- dejará más de un metro de nieve que no podremos disfrutar. Es nuestro sino; cada vez que abandonamos una estación de esquí, ésta nos despide con sus mejores galas de invierno y un montón de nieve por caer. El año que viene estaremos de nuevo para aprovecharla. Mientras tanto, que los glaciares la conserven durante el duro verano que se avecina.
Un pueblo alpino. Un lugar privilegiado rodeado de un paisaje idílico.
Aunque durante el viaje de vuelta nos encontramos con una oscura ciudad medieval, feudo de los cátaros: Carcasona. Ya que pasábamos por aquí, aprovechamos para visitarla.
¿Cuantos frikis pagarían por echarse una partidita de cierto juego de mesa aquí?
La ciudad está magníficamente conservada, y merece la visita sin duda. Murallas, escaleras, torreones y almenas te transportan a otra época.
Las murallas de la ciudad.
Un viaje bien aprovechado, en lugares irrepetibles. ¡Qué buen sabor de boca!