Agradecimientos a mis padres, que sin su apoyo no estaría aquí para contemplar este éxito. Agradecimientos a mis amigos, que me han apoyado cuando las fuerzas flaqueaban. Muchas gracias a todos. Gracias.
viernes, 30 de junio de 2006
En la cima del Mundo
Ha sido un duro trabajo, pero tras tanto esfuerzo se ha cumplido el objetivo, y se ha obtenido el merecido premio. Atrás quedan horas y horas de sangre, sudor y lágrimas, y por fin lo he conseguido: saturar una cuenta de correo a base de spam.
Agradecimientos a mis padres, que sin su apoyo no estaría aquí para contemplar este éxito. Agradecimientos a mis amigos, que me han apoyado cuando las fuerzas flaqueaban. Muchas gracias a todos. Gracias.
Agradecimientos a mis padres, que sin su apoyo no estaría aquí para contemplar este éxito. Agradecimientos a mis amigos, que me han apoyado cuando las fuerzas flaqueaban. Muchas gracias a todos. Gracias.
miércoles, 28 de junio de 2006
Polvo, sudor y hierro
Quien bien me conoce sabrá que nunca he sido un apasionado de la historia y que tampoco la poesía es lo mío; siempre me han tirado más las sumas y las restas que las letras. Qué se le va a hacer, aún a estas alturas sigo pensando que un hipérbaton es un palo muy grande, que asíndeton es el delantero centro de la selección de Grecia, y que la sinestesia es algo muy malo que te hacen en los hospitales unas enfermeras de fornidos brazos y masculina voz.
Pese a todo, en mi pequeño y aborregado mundo, siempre me ha atraído cierto poema de Manuel Machado, 'Castilla' (y es que las raíces son las raíces), sobre Rodrigo Díaz de Vivar, uno de los pocos personajes históricos que me han interesado. Machado pinta una escena de El Cid que, desterrado por sus malas relaciones con el rey Alfonso VI y tras el mítico juramento de Santa Gadea, se ve obligado a huir con los suyos en busca de otro patrono que le acoja bajo su manto.
Actualización del 23 de julio de 2006: desde ésta página se puede escuchar el poema recitado de forma magistral por Manuel Dicenta (grabado por la editora de fonogramas: Fidias S.A.)
Pese a todo, en mi pequeño y aborregado mundo, siempre me ha atraído cierto poema de Manuel Machado, 'Castilla' (y es que las raíces son las raíces), sobre Rodrigo Díaz de Vivar, uno de los pocos personajes históricos que me han interesado. Machado pinta una escena de El Cid que, desterrado por sus malas relaciones con el rey Alfonso VI y tras el mítico juramento de Santa Gadea, se ve obligado a huir con los suyos en busca de otro patrono que le acoja bajo su manto.
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde... Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules, y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
"Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!"
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: "¡En marcha!"
El ciego sol, la sed y la fatiga...
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.
Actualización del 23 de julio de 2006: desde ésta página se puede escuchar el poema recitado de forma magistral por Manuel Dicenta (grabado por la editora de fonogramas: Fidias S.A.)
domingo, 11 de junio de 2006
Sile, nole
Pocas cosas hay tan genuinamente ochenteras como las colecciones de cromos. Ni pelos cardados, ni grupos pop andróginos, ni un negrata del bronx retorciéndose con su radiocasete en el hombro perpetrando una suerte de break dance después de una noche abusando del crack. No señores, las colecciones de cromos fueron iconos esa época turbulenta de hace veinte años, marcando el paso del tiempo entre recreo y recreo.
De entre tantas y tantas colecciones (en frío me vienen a la memoria la de la Pandilla Basura y la de Dragones y Mazmorras), las reinas absolutas eran las de Panini. Sí, esa marca que en una confusa y naïf infancia asociaba a panaderos, supo atraer la atención de miles de chavales que, sudorosos con sus chándales de loneta, arrasaban los kioscos a la salida del cole. Algunos con la inocente intención de completar los quinientos y pico cromos de sus álbumes. Otros pocos sospecho que lo hacían bajo la irrefrenable adicción de esnifar el pegamento de las "figurine".
Puedo contar por decenas las colecciones de estos italianos del caballero de la larga lanza (auténticas piezas de colección, muchas de ellas en mi poder, completas y bajo diez candados en el lugar más seguro de la casa), pero en estas fechas no puedo menos que recordar lo que se ha convertido en una catarsis personal que se reproduce una y otra vez cada cuatro años desde aquél lejano 1982, marcado por la caspa de Naranjito, Sport Billy y los chándales de rastrillo. Me refiero, algunos ya lo habréis adivinado, a las colecciones de cromos del Mundial.
Parece increíble en los tiempos de diseño fashion "renueva o muere" que nos ha tocado vivir, pero durante 24 años los italianos de los cromos no han variado ni un ápice del formato. Los álbumes siguen siendo idénticos en tamaño, colores, diseño, disposición de los adhesivos, y el eterno esquema de escudo-equipo-jugadores, escudo-equipo-jugadores, escudo-equipo-jugadores... así hasta alcanzar en su última edición la apabullante cifra de 596 caretos a pegar en el álbum de marras.
Los cromos siguen siendo iguales desde aquella colección de España 1982, con los escudos plateados de cada selección, los estadios donde se jugarán los partidos del mundial, y 500 caras anodinas de jugadores que -en su mayoría- conocen en su casa a la hora de comer. A nadie en su sano juicio le importará que el jugador de la selección de Ghana, Emmanuel Pappoe, de 1,78 metros y 72 Kg., juegue habitualmente en el Happoel Kfar Saba de Israel. Tampoco debería interesarle a alguien que el estadio de Colonia albergue 46120 espectadores. Pero eso es irrelevante. Lo que cuenta es que, cada cuatro años, allí estarán, esperándonos en los kioscos, esos sobres que huelen a pegamento y con cinco cromos por paquete. Aquí el menda seguirá disfrutando de todo esto, mientras se dedica a ver partidos tan bizarros como México - Irán, que por cierto van 3 a 1 en estos momentos. Y esta noche otro partido entre Portugal y Angola... que bella es la vida.
De entre tantas y tantas colecciones (en frío me vienen a la memoria la de la Pandilla Basura y la de Dragones y Mazmorras), las reinas absolutas eran las de Panini. Sí, esa marca que en una confusa y naïf infancia asociaba a panaderos, supo atraer la atención de miles de chavales que, sudorosos con sus chándales de loneta, arrasaban los kioscos a la salida del cole. Algunos con la inocente intención de completar los quinientos y pico cromos de sus álbumes. Otros pocos sospecho que lo hacían bajo la irrefrenable adicción de esnifar el pegamento de las "figurine".
Puedo contar por decenas las colecciones de estos italianos del caballero de la larga lanza (auténticas piezas de colección, muchas de ellas en mi poder, completas y bajo diez candados en el lugar más seguro de la casa), pero en estas fechas no puedo menos que recordar lo que se ha convertido en una catarsis personal que se reproduce una y otra vez cada cuatro años desde aquél lejano 1982, marcado por la caspa de Naranjito, Sport Billy y los chándales de rastrillo. Me refiero, algunos ya lo habréis adivinado, a las colecciones de cromos del Mundial.
Parece increíble en los tiempos de diseño fashion "renueva o muere" que nos ha tocado vivir, pero durante 24 años los italianos de los cromos no han variado ni un ápice del formato. Los álbumes siguen siendo idénticos en tamaño, colores, diseño, disposición de los adhesivos, y el eterno esquema de escudo-equipo-jugadores, escudo-equipo-jugadores, escudo-equipo-jugadores... así hasta alcanzar en su última edición la apabullante cifra de 596 caretos a pegar en el álbum de marras.
Los cromos siguen siendo iguales desde aquella colección de España 1982, con los escudos plateados de cada selección, los estadios donde se jugarán los partidos del mundial, y 500 caras anodinas de jugadores que -en su mayoría- conocen en su casa a la hora de comer. A nadie en su sano juicio le importará que el jugador de la selección de Ghana, Emmanuel Pappoe, de 1,78 metros y 72 Kg., juegue habitualmente en el Happoel Kfar Saba de Israel. Tampoco debería interesarle a alguien que el estadio de Colonia albergue 46120 espectadores. Pero eso es irrelevante. Lo que cuenta es que, cada cuatro años, allí estarán, esperándonos en los kioscos, esos sobres que huelen a pegamento y con cinco cromos por paquete. Aquí el menda seguirá disfrutando de todo esto, mientras se dedica a ver partidos tan bizarros como México - Irán, que por cierto van 3 a 1 en estos momentos. Y esta noche otro partido entre Portugal y Angola... que bella es la vida.
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