Pocas cosas hay tan genuinamente ochenteras como las colecciones de cromos. Ni pelos cardados, ni grupos pop andróginos, ni un negrata del
bronx retorciéndose con su radiocasete en el hombro perpetrando una suerte de
break dance después de una noche abusando del crack. No señores, las colecciones de cromos fueron iconos esa época turbulenta de hace veinte años, marcando el paso del tiempo entre recreo y recreo.
De entre tantas y tantas colecciones (en frío me vienen a la memoria la de la
Pandilla Basura y la de
Dragones y Mazmorras), las reinas absolutas eran las de
Panini. Sí, esa marca que en una confusa y naïf infancia asociaba a panaderos, supo atraer la atención de miles de chavales que, sudorosos con sus chándales de loneta, arrasaban los kioscos a la salida del cole. Algunos con la inocente intención de completar los quinientos y pico cromos de sus álbumes. Otros pocos sospecho que lo hacían bajo la irrefrenable adicción de esnifar el pegamento de las "
figurine".
Puedo contar por decenas las colecciones de estos italianos del caballero de la larga lanza (auténticas piezas de colección, muchas de ellas en mi poder, completas y bajo diez candados en el lugar más seguro de la casa), pero en estas fechas no puedo menos que recordar lo que se ha convertido en una catarsis personal que se reproduce una y otra vez cada cuatro años desde aquél lejano 1982, marcado por la caspa de Naranjito, Sport Billy y los chándales de rastrillo. Me refiero, algunos ya lo habréis adivinado, a las colecciones de cromos del
Mundial.
Parece increíble en los tiempos de
diseño fashion "renueva o muere" que nos ha tocado vivir, pero durante 24 años los italianos de los cromos no han variado ni un ápice del formato. Los álbumes siguen siendo idénticos en tamaño, colores, diseño, disposición de los adhesivos, y el eterno esquema de
escudo-equipo-jugadores,
escudo-equipo-jugadores,
escudo-equipo-jugadores... así hasta alcanzar en su última edición la apabullante cifra de 596 caretos a pegar en el álbum de marras.
Los cromos siguen siendo iguales desde aquella colección de España 1982, con los escudos plateados de cada selección, los estadios donde se jugarán los partidos del mundial, y 500 caras anodinas de jugadores que -en su mayoría- conocen en su casa a la hora de comer. A nadie en su sano juicio le importará que el jugador de la selección de
Ghana, Emmanuel Pappoe, de 1,78 metros y 72 Kg., juegue habitualmente en el Happoel Kfar Saba de Israel. Tampoco debería interesarle a alguien que el estadio de
Colonia albergue 46120 espectadores. Pero eso es irrelevante. Lo que cuenta es que, cada cuatro años, allí estarán, esperándonos en los kioscos, esos sobres que huelen a pegamento y con cinco cromos por paquete. Aquí el menda seguirá disfrutando de todo esto, mientras se dedica a ver partidos tan bizarros como México - Irán, que por cierto van 3 a 1 en estos momentos. Y esta noche otro partido entre Portugal y Angola... que bella es la vida.